Amanece en París y
nuestro objetivo es claro, sacarle humo al museum pass, es cierto que
lo ideal sería poder disfrutar tranquilamente de todos los
atractivos de París, pero el tiempo apremia y estamos ávidos por
desgastar suela.
Como hemos elegido el
hotel sin desayuno, preparamos la mochila y decidimos comenzar la
ruta y ya buscar cualquier “boulangerie” en la que saciar
nuestros instintos más dulzones.
Dada la situación del
hotel, decidimos comenzar a recorrer París comenzando por el museo
Rodin, ya que según nuestra guía abre antes que el resto de museos,
cuando no fue así. Posiblemente fue nuestro único contratiempo
durante el fin de semana, por esto es importante confirmar en tu
hotel o en la web de las atracciones a visitar sus horarios
actualizados. Con el chasco de encontrar el museo cerrado ahogamos
las penas comprando unos croissants y y unos “relámpagos”
rellenos y nos dirigimos al metro para ir hasta el Panteón, nuestra
idea es comenzar en el barrio latino, ir hacia la Ille de la Cité y
terminar el día en Montmartre.
Lo ideal para visitar el
panteón es bajar en Cardinal Lemoine. El Panteón se encuentra junto
a la universidad de la Sorbona y es sin duda una de las mejores
visitas de París (entrada incluida en la museum pass).
Panteón |
A
pesar de que parte de la fachada se encontraba de obras cuando la
visitamos,la vista del panteón es algo espectacular. El edificio es
imponente tanto desde fuera como desde dentro, de carácter
neoclásico, sus enormes columnas te hacen sentir realmente diminuto,
y su interior no impresiona menos. Una vez dentro del edificio
podemos observar una réplica del péndulo de Foucault, instalado
aquí debido a la gran altura del edificio. Aunque sin duda
lo que termina de hacer la visita perfecta es bajar a la cripta, en ella encontramos que reposan los restos de algunas de las personalidades más ilustres de Francia, Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Marie Curie, Alejandro Dumas, Monnet, Zola...
lo que termina de hacer la visita perfecta es bajar a la cripta, en ella encontramos que reposan los restos de algunas de las personalidades más ilustres de Francia, Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Marie Curie, Alejandro Dumas, Monnet, Zola...
Desde
el Panteón lo ideal es dirigirse a pie hasta Notre Dame, por el
camino nos cruzamos con algún mercado callejero, en los que siempre
merece la pena pararse cuando no dejarse unos cuantos euros. Justo
antes de cruzar el Sena, tenemos posiblemente una de las mejores
fotografías de Notre Dame, ya que la observamos a una distancia
perfecta.
Llegados
a Notre Dame la cola para visitarla suele ser enorme. Hay que decir
que la entrada a la catedral es gratuita y que a pesar de la gran
cantidad de gente que se acerca a ella la cola avanza rápidamente.
Como bien conoce todo el mundo, lo que más impacta de Notre Dame son
todos los pequeños detalles, y es por esto que merece la pena verla
también por dentro. Realizada la visita al interior decidimos subir
a las torres, hay quien prefiere bajar a la cripta o bien hacer las
dos cosas, dependiendo del tiempo que dispongas eliges.
Para
subir a las torres de Notre Dame (entrada gratuita con museum pass)
la cola no suele ser muy grande, pero tiene un gran problema, van
pasando grupos de poca gente y si no se va a primerísima hora lo
normal es estar más de una hora esperando. A pesar de la espera,
acompañada de un chocolate caliente y de un vine chaud (vino
caliente con especias, que a mí personalmente no me terminó de
gustar), pasado el mediodía nos llega el turno y se procede a subir
los 402 escalones que llevan a lo alto de las torres. Lo cierto es
que, más que las vistas, que son geniales, lo que realmente encanta
es la compañía de las fantásticas gárgolas, esa sensación de
estar viviendo en primera persona el jorobado de Notre Dame.
Realizada
la visita, decidimos que lo mejor es buscar sitio para comer y luego
hacer el resto del día de seguido. Quien quiera comer lo mejor es
que vaya por donde ha venido y busque cualquier restaurante en el
barrio latino. Nosotros encontramos un restaurante de comida
norteafricana, La Bievre, que a pesar de tener un aspecto un poco
descuidado nos ofreció un cous cous para chuparse los dedos
acompañado de verduras, carnes... si acudes a este restaurante ten
en cuenta que las raciones son generosas, nosotros tomamos una
mayonesa de atún como entrante y después un cous cous du president
y un revuelto de verduras con un gran pedazo de pierna de cordero y
salimos hasta reventar, la cuenta 42 euros, aunque por 30 habríamos
salido llenos.
Vidrieras espectaculares |
Tras
la comida vuelta de nuevo a la Ille de la Cité, pasada Notre Dame
nos encontramos con la Saint Chapelle, cuya visita es sin duda una de
las imprescindibles (incluido en museum pass). El edificio en sí es
una obra maestra del gótico, en su interior podemos disfrutar de dos
capillas. La primera, la baja, dedicada a la Virgen, en la que
podremos disfrutar de sus bellas columnas y arcos, así como de la
decoración en colores azules y oro. La capilla superior, en la que
se encuentra el verdadero tesoro de la Saint Chapelle, sus
impresionantes vidrieras. En ellas se representan distintos episodios
bíblicos y su tamaño es realmente abrumador, sus colores, la
espectacularidad del rosetón... te dejan sin aliento. Hay que
señalar que en el momento de la visita parte de las vidrieras
estaban siendo restauradas por lo que no se puede apreciar la obra en
toda su plenitud. A pesar de ello, una visita totalmente
recomendable.
A
sólo unos pasos de la Saint Chapelle se encuentra la Conciergerie.
La visita a la Conciergerie es una de las habituales cuando uno se
encuentra en la Ile de la Cité, pero, si no se dispone del museum
pass, no merece la pena pagar el precio de la entrada. El "Palais
de la Cité" fue utilizado durante la revolución como cárcel y
es conocido por haber sido lugar de reclusión de María Antonieta,
de cuya celda existe una reproducción en la actualidad, así como de
guillotinas, celdas, etc. En mi opinión si se dispone de algún tipo
de pase y estás en la Ille de la Cité puede merecer la pena visitar
el interior, las celdas, etc. pero si se tiene que pagar la entrada,
es más que suficiente con verla desde fuera.
Musee D´Orsay |
Una
vez terminada de ver la Ille de la Cité volvemos a la orilla
izquierda del Sena (en dirección torre Eiffel) y en unos minutos
llegamos al Musee D´Orsay (incluido en M.P.) El Musee d´orsay es
sin duda alguna uno de los mejores museos de París. Este museo,
situado en una antigua estación de ferrocarriles dispone de la mayor
colección de obras impresionistas del mundo, Monet, Renoir, Van
Gogh... todo distribuido con maestría en unas instalaciones que no
hacen sino mejorar las colecciones que en ellas se albergan. Sin duda
una visita imprescindible para los amantes del impresionismo en
particular, y del arte en general. Nosotros no le dedicamos
prácticamente ni una hora a la visita, pero quien lo desee puede
hacer una visita mucho más pausada.
Madeleine |
Una
vez realizada la visita tomamos la pasarela que nos lleva al otro
lado del Sena, lo ideal habría sido disfrutar de un relajado paseo a
través del jardín de las Tullerías, pero un inesperado chaparrón
nos hace cruzarlo a toda velocidad para buscar refugio. Una vez
remite la lluvia (10 minutitos) optamos por ir andando hasta la
Madeleine, a poco más de 5 minutos a pie desde la Concorde. La
visita a la Madeleine es gratuita, por lo que merece la pena
dedicarle unos minutos, de origen neoclásico, aunque no tan
espectacular como el Panteón, sigue siendo uno de los puntos
históricos de la ciudad.
Junto
a la Madeleine tomamos el metro y nos dirigimos hasta Montamrtre
(linea directa hasta estación Abbesse). Montmartre es el barrio
bohemio de París y, en mi opinión, una de las zonas más auténticas
de la ciudad. Nuestra opción, tras una parada para tomar un crepe
con nutella (mmmmm) es tomar el funicular hasta la basílica (ya
llevamos muchos kilómetros en las piernas y son más de 200
escalones) y después descender andando. Una vez el funicular
asciende por la colina, se puede observar uno de los grandes iconos
de París, el Sacre Coeur.
Sacre Coeur |
Si
bien es un templo relativamente moderno (no se terminó hasta bien
entrado el siglo XX) la basílica del Sacre Coeur es, y con razón,
uno de los monumentos más visitados de París. Su situación, en lo
alto de la colina de Montamartre, ofrece una panorámica de lujo de
la ciudad de París en un entorno encantador. El color blanco de la
basílica le da una imagen de esplendor que hace que todas las
miradas de los visitantes se dirijan hacia ella. Se puede acceder a
su interior gratuitamente, .aunque
realmente lo fundamental en esta visita son las vistas, imborrables.
Desde
el Sacre Coeur merece la pena darse un tranquilo paseo de vuelta al
metro, pasar por la place du Tertre con sus pintores, tomarse un café
en una terraza, caminar junto al Moulin de la Galette e ir bajando
hasta el mítico Moulin Rouge, todo en un barrio lleno de encanto,
con un punto muy pícaro y en nuestro caso aprovechando para llenar
bien la mochila de quesos en una de las muchas fromageries que te
asaltan en el camino.
Tomamos
el metro de vuelta hacia el hotel cuando ya ha anochecido para dejar
las cosas que hemos ido comprando y relajar los pies unos minutos.
Tenemos entradas para subir a la Torre Eiffel a las 21:30 así que
tomamos camino hacia ella con tiempo de sobra, ya que nos queda un
último museo que visitar. A 5 minutos de la torre se encuentra el
mueso Quai Branly, que jueves, viernes y sábados cierra a las 21:00
y que, como no, su entrada está incluida en el museum pass. El museo
Quay Branly llama la atención ya desde fuera, ya que su fachada es
un denso jardín vertical. En cuanto al contenido del museo decir que
se trata de un museo dedicado a las artes no occidentales, por lo que
reúne piezas de culturas prehispánicas, orientales, africanas,
nativas polinesias y de Oceanía... un gran descubrimiento, de verdad
que merece la pena.
Y
llega la hora, con su iluminación de gala nos espera la gran dama de
hierro. Para quien desee subir a cualquiera de sus plantas el único
consejo que puedo darle es que compre antes las entradas por
internet, se ahorrará muuuuuucho tiempo ya que las colas son
interminables. Si ya tienes tu entrada, lo aconsejables es llegar
unos 10 o 15 minutos antes de la hora reservada. Más allá de que la
torre Eiffel como monumento pueda parecer más o menos atractivo, si
existe una palabra para describirla sin duda es imponente. Lo cierto
es que mirar hacia arriba desde la base ya da una idea de el enorme
espectáculo que se va a presenciar. El ascenso es simplemente
increíble, las vistas a través de la estructura metálica dan una
idea de lo que uno se va a encontrar una vez llegue a cualquiera de
los miradores. Al elegir disfrutarla de noche, lo cierto es que las
vistas de la ciudad iluminada fueron magníficas, una de esas
imágenes que enamoran y se quedan en la retina, imborrable sin duda.
Con
la noche bien encima y ese halo mágico del que te impregna París
nos dirigimos hacia el hotel buscando un restaurante para cenar. Lo
cierto es que hay varios en la Av de la Bourdonnais y elegimos sin
mirar mucho la Brasserie de la Tour Eiffel. El lugar en sí es
agradable, con una carta típica parisina y con unos precios también
típicos. Tomamos una ensalada para compartir (muy buena) y luego
cada uno un confit de pato que no nos dijo nada. 45 euros en total
los dos, que no es caro pero vamos, que el restaurante en cuestión
no quedará en mi memoria.
Y
con el estómago lleno, y las suelas totalmente desgastadas, damos
por finalizado un más que intenso día, y nos preparamos para
descansar en condiciones, que aún queda uno de los platos fuertes,
domingo de Louvre...
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